lunes, 8 de septiembre de 2008

SIESTA


Un día, andando a la hora
del bochorno sosegada,
vi a jesusa la vaquera
bañándose en la quebrada.
Iba yo juntando moras
a pie por gozar del día,
cuando me vino de lejos
una clara griteria.
Descolguéme prestamente
por ver quién era; curioso,
escondido bajo un árbol
comencé a mirar ansioso.
Atado de un arrayán
dormitaba un caballejo
que a su dueña la miraba
con mansos ojos de viejo.
En un tazón 'un chicuelo'
desnudo como un Cupido,
pataleaba y gritaba
de unas raíces prendido.
Y bajo un chorro de espuma
clamoroso, deslumbrante,
ella doblábase débil
y forcejeaba jadeante.
El chorro crespo y rugiente,
blanco demonio forzudo,
le resbaló la camisa,
dejóle el cuerpo desnudo.
Mire, ¡gloria de los Ojos!
aquel busto por mi mal,
de carne dura y morena
con reflejos de metal.
Luego en el frío remanso
Se hundió con brusco chapuz
Y el sol sobre el agua trémula
Sembró pétalos de luz.
Y al salir de mi escondite
Vi al soslayo, con pavura,
La silueta fugitiva
de un sátiro en la espesura.

Juan Carlos Dávalos

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