lunes, 8 de septiembre de 2008

DISTANCIA


No hay distancia más grande
que la que nos separa
del vecino,
del solitario prójimo
que generosamente
nos ayuda.
Su lema siempre fue: "lo mío es mío
Y lo tuyo también".

Jacobo Regen

EL GOZANTE


Me dejo estar sobre la tierra porque soy el gozante.

El que bajo las nubes se queda silencioso.

Pienso: si alguno me tocara las manos

se iría enloquecido de eternidad,

húmedo de astros lilas, relucientes.

Estoy solo de espaldas transformándome.

En este mismo instante un saurio me envejece y soy

leña

y miro por los ojos de las alas de las mariposas

un ocaso vinoso y transparente.

En mis ojos cobijo todo el ramaje vivo del quebracho.

De mi nacen los gérmenes de todas las semillas y los riego con rocío.

Sé que en este momento, dentro de mí,

nace el viento como un enardecido río de uñas y de

agua.

Dentro del monte yazgo preñado de quietudes furiosas.

A veces un lapacho me corona con flores blancas

y me bebo esa leche como si fuera el niño más viejo

de la tierra.

De cara al infinito

siento que pone huevos sobre mi pecho el tiempo.

Si se me antoja, digo, si esperase un momento,

puedo dejar que encima de mis ingles

amamante la luna sus colmillos pequeños.

Zorros la cola como cortaderas,

gualacates rocosos,

corzuelas con sus ángeles temblando a su costado,

garzas meditabundas

yararás despielándose,

acatancas rodando la bosta de su mundo,

todo eso está en mis ojos que ven mi propia triste

nada y mi alegría.

Después, si ya estoy muerto,

échenme arena y agua. Así regreso.

Manuel J. Castilla

SIESTA


Un día, andando a la hora
del bochorno sosegada,
vi a jesusa la vaquera
bañándose en la quebrada.
Iba yo juntando moras
a pie por gozar del día,
cuando me vino de lejos
una clara griteria.
Descolguéme prestamente
por ver quién era; curioso,
escondido bajo un árbol
comencé a mirar ansioso.
Atado de un arrayán
dormitaba un caballejo
que a su dueña la miraba
con mansos ojos de viejo.
En un tazón 'un chicuelo'
desnudo como un Cupido,
pataleaba y gritaba
de unas raíces prendido.
Y bajo un chorro de espuma
clamoroso, deslumbrante,
ella doblábase débil
y forcejeaba jadeante.
El chorro crespo y rugiente,
blanco demonio forzudo,
le resbaló la camisa,
dejóle el cuerpo desnudo.
Mire, ¡gloria de los Ojos!
aquel busto por mi mal,
de carne dura y morena
con reflejos de metal.
Luego en el frío remanso
Se hundió con brusco chapuz
Y el sol sobre el agua trémula
Sembró pétalos de luz.
Y al salir de mi escondite
Vi al soslayo, con pavura,
La silueta fugitiva
de un sátiro en la espesura.

Juan Carlos Dávalos